Por Sandra Odeth Gerardo Pérez / CIESAS – GIASF*
La mañana del 12 de septiembre de 2020, el Antimonumento +72, instalado hace menos de un mes frente a la embajada de Estados Unidos, enmarcó la denuncia pública de Claudia Gabriela Nájera por la desaparición de su hija Keylin Gisselle Pérez Nájera. Keylin, la mayor de tres hermanas, desapareció el 30 de agosto del año en curso en la Ciudad de México. Apenas en enero, esta familia guatemalteca compuesta por cuatro mujeres llegó a México.
Sin altavoz y con el cubrebocas puesto, con las medidas sanitarias pertinentes en medio de la contingencia por Covid-19, la voz de Claudia se hizo escuchar para quienes nos reunimos en torno a ese antimonumento recién colocado sobre el paseo de la Reforma para recordarnos a todos los transeúntes que son + de 72 las personas migrantes que han sufrido violencias en su paso por México.
Con la voz firme, y en ocasiones entrecortada, Claudia recordó que la noche del 30 de agosto fue la última vez que vio a Keylin. Había bromeado con ella antes de dormir en el albergue Casa del migrante de la Iglesia Católica, ubicado en la alcaldía Gustavo A. Madero, lugar al que fueron canalizadas en espera de la resolución de su trámite de refugio. A la mañana siguiente, la hermana menor de Keylin despertó buscando entre llanto a quien ya no estaba a su lado.
El camino que ha seguido la madre de Keylin desde ese momento ha implicado solicitar información a diversas autoridades. Todas han estado lejos de darle una respuesta o siquiera brindarle una pizca de empatía. Desde entonces, Claudia ha salido a repartir volantes y pegar carteles con el rostro de su hija por una ciudad que no conoce.
Juntas lograron hacer el primer tramo del largo camino que implica, para quien viene de Centroamérica, llegar a la frontera norte de México. En esta ruta, al igual que otras de mujeres migrantes, Claudia y su familia han sufrido, desde su lugar de origen y durante todo el camino, lo que la especialista en migraciones Amarela Varela ha denominado la trinidad perversa: las violencias ejercidas por Estado, el mercado y el patriarcado.
El cruce de violencias que les hizo huir de Guatemala, se recrudeció en Chiapas donde vivieron secuestros, extorsiones, golpes y violaciones. Sobre el cuerpo de Claudia y la memoria de sus hijas se han cristalizado los eventos de violencia que han sufrido en los últimos meses. Este nudo continuo de violencias ha venido a encontrar en la ciudad de México un punto máximo con la desaparición de Keylin.
El 31 de agosto, Claudia empezó la búsqueda. Asistió a la Fiscalía de Investigación Territorial de la delegación Gustavo A. Madero para levantar la primera denuncia. La poca experiencia del personal del albergue la canalizó a una fiscalía inadecuada. Ahí se enfrentó a la primera violencia por parte de las autoridades, quienes se negaron a tomar su declaración a menos que llegara la encargada del albergue, quien tardó varias horas en asistir. “Como si las palabras de una madre no valieran”, recuerda Claudia frente al antimonumento.
El 5 de septiembre esta fiscalía turnó el caso a la Fiscal de Investigación y Persecución de los Delitos en Materia de Desaparición Forzada de Personas y la Desaparición Cometida por Particulares y Búsqueda de Personas Desaparecidas. Sólo hasta entonces se activó la Alerta Amber, un mecanismo que genera un mensaje de acción urgente cuando se trata de una menor desaparecida.
A lo largo del territorio mexicano, familiares de víctimas de desaparición han denunciado las violencias burocráticas que viven al ir “de fiscalía en fiscalía”. Para las personas migrantes en búsqueda, como Claudia, este laberinto implica tener que enfrentarse a esas violencias burocráticas en un territorio que desconocen.
En este camino Claudia se ha enfrentado a tiempos tortuosos de espera, a que le nieguen la toma de declaración, el acceso a las cámaras de seguridad, o a que le digan que el personal para atenderla es insuficiente. Ha tenido que escuchar que seguro su hija “se fue con el novio”, y las autoridades le han hecho repetir su historia de violencias una y otra vez, frente a sus otras dos hijas que la acompañan en todo momento. El colmo de la indolencia llegó dos días después de la activación de la alerta Amber cuando, “por error”, el estatus de Keylin fue cambiado a localizada.
Con la esperanza deshecha después de ese “error”, Claudia fue a la levantar el reporte a la Comisión Nacional de Búsqueda y a la Unidad de Investigación en Delitos para las Personas Migrantes. Pero esta vez iba acompañada de Ana Enamorado, madre hondureña quien desde hace diez años busca a su hijo Óscar desaparecido en territorio mexicano.
“Veo en Claudia todo lo que yo viví, nadie tiene que pasar por eso […] yo hubiera querido que hace diez años que desapareció Óscar alguien me hubiera acompañado”.
compartió la activista Ana Enamorado
Juntas, escucharon con enojo que la Unidad de Investigación en Delitos para Personas Migrantes, creada en diciembre de 2015 exprofeso para casos como el de Keylin, se negó a tomar el caso con la excusa de que lo relatado por la madre guatemalteca no era un delito que ellos tuvieran que atender.
Apenas el pasado 10 de septiembre, Claudia logró ver los videos del albergue y estuvo junto con autoridades en las inmediaciones del lugar en búsqueda de alguna pista del paradero Keylin: las puertas, los cerrojos, las calles, los autos, las personas. No es su trabajo, sino de las autoridades mexicanas -y también de las guatemaltecas-. Sin embargo, como Ana Enamorado le ha compartido desde su experiencia: “las investigaciones las hacemos nosotras”.
Entre las palabras de aliento, esta madre hondureña y otras acompañantes voluntarias le recuerdan a Claudia que no está sola, pero que el camino es largo y nada sencillo, menos para las familias de personas migrantes. Ana recapitula en la rueda de prensa que, “el hecho de que la voz de Claudia se escuche es porque ella está aquí, en México”, pero que hay miles de familias que desde Honduras y Guatemala buscan, sin ser escuchadas.
Ana, como muchas madres centroamericanas, conoce la angustia de estar en otro país buscando a su hijo. Ella misma conoce la importancia de fortalecer y ampliar todas las redes solidarias que se necesitan para la búsqueda: “Como madre acompaño a Claudia, nadie debe estar sola en ninguna situación así… las autoridades tienen que dar respuestas. Lo único que importa es encontrar a Keylin.”
Frente a la embajada de Estados Unidos, fortaleciendo el recordatorio permanente que se alza como un +de72, la invitación de Claudia quedó abierta para que organismos de defensa de derechos de las personas migrantes, de las personas desaparecidas, sociedad civil, acompañantes y asociaciones que han luchado por la integridad de las personas migrantes y la sociedad en conjunto nos sumemos a la búsqueda de su hija: “Si tengo que luchar con viento y marea lo voy a hacer. Me uno a todas las madres angustiadas que no saben qué hacer para encontrar a sus hijas, mis hijas son mi vida”.
*El Grupo de Investigaciones en Antropología Social y Forense (GIASF) es un equipo interdisciplinario comprometido con la producción de conocimiento social y políticamente relevante en torno a la desaparición forzada de personas en México. En esta columna, Con-ciencia, participan miembros del Comité Investigador y estudiantes asociados a los proyectos del Grupo (Ver más: www.giasf.org)