A donde van los desaparecidos

‘El país de las 2 mil fosas’ gana Premio Breach / Valdez 2019

mayo 3, 2019
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Foto: Carlos Cordero / Quadratín México

Este viernes 3 de mayo, en el marco del Día Internacional de la Libertad de Prensa, se realizó la ceremonia de entrega del Premio Breach/Valdez de Periodismo y Derechos Humanos en su segunda edición. El premio busca reivindicar la memoria de los periodistas Miroslava Breach y Javier Valdez, asesinados en 2017 por ejercer su labor periodística, así como darle visibilidad y recompensar al periodismo comprometido y riguroso con un enfoque en derechos humanos.

El jurado integrado por Griselda Triana, periodista y esposa de Javier Valdez, Mael Vallejo, Rafael Cabrera, Daniela Rea, José Reveles Ioan Grillo, Mariclaire Acosta, Ana Cristina Ruelas, Luis Hernández Navarro y Narce Santibañez, reconoció la investigación periodística “El país de las 2 mil fosas”, publicada el 12 de noviembre de 2018 en A dónde van los desaparecidos y Quinto Elemento Lab, con el primer lugar, “por la innovación, el manejo y la visualización de datos, así como la profundidad del texto”. Éste también consideró que el trabajo es una piedra angular para futuras investigaciones sobre el problema de desaparecidos y víctimas en México, pues los datos revelados por el reportaje llenan el vacío de información por parte de las autoridades.

Se otorgó una mención honorífica al reportaje “Los desplazados” del periodista Carlos Omar Barranco, publicado el 3 de septiembre de 2018 en Norte Digital y Revista Norte, un trabajo que visibiliza la problemática de personas desplazadas en Chihuahua.

El jurado decidió otorgar una mención especial a dos trabajos periodísticos que destacaron por su ética de investigación y la pertinencia de las problemáticas retratadas: “Estos 108 mexicanos fueron asesinados por defender nuestros bosques y ríos” de la periodista Laura Castellanos, publicado en mexico.com el 14 de noviembre de 2018 y “Los desaparecidos de Jalisco” de la periodista Alejandra Guillén, una de las coordinadoras de A dónde van los desaparecidos, publicado el 17 de abril de 2018 en Así como suena. Ésta última investigación derivó en una segunda entrega ampliada, que se publicó el 4 de febrero de 2019 en este sitio bajo el título “El regreso del infierno: los desaparecidos que están vivos”.

El premio Breach/Valdez es auspiciado por el Centro de Información de las Naciones Unidas (CINU); la Oficina en México del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ONU-DH); la Embajada de Francia en México; el Programa Prensa y Democracia (PRENDE) y el Área de Periodismo del Departamento de Comunicación de la Universidad Iberoamericana (Ibero|Periodismo); la Agencia de Noticias France Presse (AFP), la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), y la Embajada de Suiza en México, la Oficina de la UNESCO en México y de la organización Reporteros Sin Fronteras.

Foto: Carlos Cordero / Quadratín México

Compartimos el discurso del equipo al recibir el premio:

Primero muchas gracias y un saludo a Griselda Triana y Mirabel Breach.

Gracias a las instituciones convocantes por crear este premio para honrar la memoria de Javier y Miroslava.

El año que comenzó esta investigación sobre fosas clandestinas fue un año doloroso: nos arrancaron a Javier y a Miroslava. Ese mismo 2017, el equipo al que nos convocó Marcela Turati y que posteriormente se conformó como el proyecto A dónde van los desaparecidos, fuimos a un temazcal al pueblo rebelde de Cherán, Michoacán. Queríamos protección espiritual para el trabajo que íbamos a emprender documentando fosas clandestinas. En el ritual prendieron una fogata. Cada quien tenía que cuidar su fuego. Nuestra amiga Guadalupe Campanur nos ayudaba a algunas a que no se nos apagara. El de ella era un incendio, el fuego de una mujer montaña, amante de su tierra.

Ese fuego que en Cherán es el corazón de sus rebeldías (cuando se levantaron en 2011 contra el crimen organizado la comunidad purépecha prendió 200 fogatas-trincheras en todo el pueblo), nos acompañó en toda esta investigación. Era luz para tratar de ver esos territorio oscuros, era apapacho cuando sentíamos escalofríos en el alma al constatar la barbarie, era fuerza para pensar juntas, para indagar cuántas fosas clandestinas habían sido cavadas en el país y cuántos cuerpos que reclamaban nombre habían quedado sin identificar.

Hubo muchos caminos, muchas voluntades, algunas como guiño y otras permanentes, que fueron fundamentales para poder tejer un trabajo colectivo y amoroso, un trabajo que fuera útil a las familias y en el que exploramos también diferentes formas de acompañamiento a la distancia (pues todas quiénes integramos el equipo vivíamos en distintas ciudades, incluso en distintos países), y requeríamos de contención emocional.

Mucha gente participó en distintas fases del proyecto, pero el grupo nuclear se mantuvo con la coordinación de Mago Torres, Marcela Turati y Alejandra Guillén, y el desarrollo del mapa a cargo de David Eads.

Paloma Robles y Erika Lozano se incorporaron para armar la web.

Ana Ivonne Cedillo y Gaby de la Rosa hicieron una primera búsqueda hemerográfica exploratoria. Juan Carlos Solís y Aranzazú Ayala fueron clave en la primera etapa de las solicitudes.

Quinto Elemento Lab fue fundamental para impulsar el último tramo, con apoyo editorial, en distribución y algo de dinero para el proyecto web A dónde van los desaparecidos, que lanzó El país de las dos mil fosas como su primera investigación y que ha continuado con reportajes sobre las lógicas de la desaparición en México.

Cuando empezamos a hacer las solicitudes de información, pensamos que en dos o tres meses terminaríamos. Nos topamos con grandes obstáculos en el acceso a la información, con toda una burocracia que oculta datos relacionados con la fosas clandestinas y con crímenes de lesa humanidad.

La búsqueda de datos se convirtió en un laberinto lleno de puertas falsas. Tuvimos nuestra probadita de lo que padecen las familias que buscan a sus seres queridos.

Hicimos más de 200 solicitudes de información y recursos de revisión..  

Después de año y medio de trabajo realizado en nuestros tiempos libres completamos la información que necesitábamos para mostrar los hallazgos de fosas clandestinas a nivel municipal, año por año, para a partir de ahí tratar de explicar algo de esa extendida práctica con el trabajo de reporteo y análisis.

Cuando descubrimos que en México habíamos pasado del hallazgo de dos fosas clandestinas en 2006 a 375 en 2011, como resultado de la política de la guerra contra las drogas, nos preguntamos de manera permanente por qué, en 15 por ciento de los municipios mexicanos, los perpetradores comenzaron a ocultar los cuerpos de manera sistemática y extendida. ¿Desde cuándo y por qué no sólo se conformaban con ocultarlos, tenían además que deshacerlos? Si los asesinatos quedan impunes, ¿para qué dedicar tiempo a ocultar los cadáveres? ¿Cuál es la finalidad?

México es un país de fosas. Es una fosa común a la que dolorosamente nos hemos acostumbrado. El mapa es una constatación de esa tragedia. En cada punto hay familias sobreviviendo a la incertidumbre de a dónde se llevaron a su ser querido.

No podemos considerar el trabajo concluido: ocho estados se negaron a dar información. El mapa también nos revela las zonas de silencio donde no ha sido posible entrar para encontrar los cuerpos ahí ocultados.

Cuando presentamos la investigación, en noviembre pasado, nuestra aliada, ahora amiga, la Socióloga Carolina Robledo, del Grupo de Investigación en Antropología Social y Forense, decía que si bien había interés de ocultar evidencias, pensando en que en el futuro se abrieran investigaciones por los crímenes, también estaba la posibilidad de mandar un mensaje a la poblaciones, paralizar, silenciar.

“(…) las fosas podrían estar cumpliendo también una razón de exterminio, de eliminación completa de ciertas vidas que son incómodas o que se consideran una amenaza”.

Ese mismo día, Lucy Díaz, del colectivo Solecito, quien generosamente nos acompañó en la presentación, decía que no hay nada más perverso que dejar a una persona en una fosa clandestina porque es la negación total de que ese ser humano estuvo en este camino de la tierra, de la vida, es “cerrar totalmente la posibilidad de mantener ese derecho a la identidad que todos tenemos. Todos, por muy humildes que seamos tenemos el derecho a la identidad y la fosa clandestina es lo primero que ataja”.

La desaparición y el ocultamiento de los cuerpos tratan no sólo de borrar el rastro de la persona sino también su existencia, como si nunca hubiera pisado esta tierra.

Si bien nuestro mapa y nuestro trabajo de campo, asesorado con la experiencia de una red de periodistas que desde sus estados se han hecho expertos en cubrir desapariciones, echa luz sobre todos los hallazgos de fosas clandestinas que registraron las fiscalías estatales entre 2006 y 2016,, dibuja al mismo tiempo un revés a los territorios de dominación , porque ahí donde aparecen más fosas clandestinas también están los colectivos de búsqueda de desaparecidos. Son también territorios de dignidad y resistencia por donde han pasado los colectivos de búsqueda de desaparecidos.

Por eso cada punto en el mapa es también una historia de amor incondicional y de ruptura a la dominación.

Como ocurrió el lunes pasado en Nayarit, donde integrantes del colectivo Familias Unidas por Nayarit encontraron nuevas fosas clandestinas y al ser exhumados los cuerpos se alinearon a lo largo del camino para recibir con aplausos y palabras cariñosas: “Que dios te bendiga, vuelves a casa, tu familia te está esperando”. “Bienvenido, ya no estás solo, tu familia, tu madre, todos te esperan en casa”. Le hablaban a ese cuerpo como si acabara de nacer, su segundo nacimiento para poder morir tranquilo.

Como dice Mimi Doretti del Equipo Argentino de Antropología Forense:

“La labor de identificar de restos de víctimas de violaciones de derechos humanos es como la vuelta a la sociedad de las personas desaparecidas, al sacarlas de fosas clandestinas y darles un entierro digno con sus familias, con su comunidad y aportando evidencias para la justicia”.

Con esta investigación corroboramos que, a pesar de la crisis humanitaria, las autoridades no han creado algo tan básico como una metodología para documentar los hallazgos, hay poca identificación de cuerpos y restos encontrados en fosas clandestinas, ya sea por deficiencias de los servicios médicos forenses o por la degradación de los restos óseos (por calcinación, por ejemplo). Con esto niegan el derecho a la verdad y el remanso a las familias.

Sabemos que este mapa de fosas es un piso mínimo, que falta ir a los territorios a tratar de entender, que falta explicar quiénes son los perpetradores, quiénes las víctimas, quiénes los encontraron, qué pasó ahí, cómo fueron cambiando el modus operandi, quién los protegía y por qué ocurrió.

Otro mapa hace falta:  el de las resistencias. ¿Dónde están las personas desaparecidas que no están en fosas y  que están vivas? ¿Dónde están los cuerpos no identificados, por qué no se han identificado?

Urge esa titánica labor de las autoridades que tienen la responsabilidad de hacerlo. Y de encontrar personas. Y de devolverles la identidad. Y entregárselos a sus familias para que puedan dejar de rascar la tierra, para que puedan dejar de extrañarlos, para que puedan descansar.

Pero este mapa, aunque es un modesto aporte desde el periodismo, para nosotras es mucho más. Es un trabajo colectivo voluntario, es amistad, es cuidado, es unión de experiencias, es fogata alrededor de la cual nos abrazamos periodistas de distintas regiones que acompañamos a las familias en sus búsquedas.

Hoy que recibimos este premio, pensamos en el fuego de las familias que nos permiten acompañarlas en sus rastreos, y que nos abren el espacio sagrado de su dolor, y en el fuego que nos entregaron los comuneros de Cherán y nuestra amiga Lupe, quien era de la ronda comunitaria que cuidaba el bosque de los despojadores. Después de aquel ritual en Cherán fue la pérdida de Javier y Miroslava. Meses después, Guadalupe Campanur también fue asesinada.

Nuestros admirados y queridos Javier y Miroslava también cargaban una antorcha, eran luz que se alimentaba de su corazón, del fuego que arde en los pueblos que luchan, de madres desbordadas de amor y dignidad por encontrar a sus hijos, del mismo amor que ellos le tenían a su familia y al mundo.

Recibir este premio nos hace recordar a las zapatistas que en febrero pasado le pedían a otras mujeres que habían ido a sus territorio en 2018, que cuidaran la pequeña luz que les regalaron, que no dejen que se apague. Recibir este premio es la responsabilidad de mantener vivo el fuego que nos encargaron personas entrañables como Lupe, y que especialmente nos dejaron Javier y Miroslava.

Equipo:

Mago Torres, Alejandra Guillén, Marcela Turati, David Eads, Paloma Robles, Erika Lozano, Aranzazú Martínez.

Colaboradores:

Juan Carlos Solís (QEPD), Alejandra Xanic, Ignacio Rodríguez Reyna, Gilberto Lastra, Mayra Torres, Pedro Zamora, Carlos Juárez, Carlos Quintero, Rodrigo Caballero, Mónica González Islas, Pedro Pardo, Félix Márquez, Queso, Rafael del Río, Ruth Muñiz, Ana Ivonne Cedillo, Gabriela de la Rosa, y la asesoría metodológica de Sandra Ley.

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