A donde van los desaparecidos

Buscar en tiempos de capitalismo: des-afección y muerte desatendida

abril 9, 2020
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Por Paola Alejandra Ramírez González / GIASF*

“Aunque sea un hueso, sus cenizas, un pedazo de piel, lo quiero tener conmigo, saber que está ahí, que no anda rodando quién sabe dónde”.

Este testimonio de una madre que busca a su hijo desaparecido hace eco con el de otras madres, esposas, hermanas y padres que recorren las diversas geografías del país con la esperanza de encontrar al menos un “pedacito” de la corporalidad del ser amado.

Los mecanismos utilizados por los grupos criminales para desaparecer los cuerpos a través de entierros clandestinos, disoluciones en ácido, incineraciones o fragmentaciones en cientos de pedazos, complejizan o impiden su identificación. Dichos métodos intentan consumar el principal objetivo de la práctica criminal: destruir el carácter humano y existencial de esa vida que alguna vez habitó el mundo. A la víctima se le impone una muerte en solitario. Su vida y su cuerpo quedan abandonados al poder e intereses del perpetrador.

En tales condiciones la muerte queda desatendida, pues se carece de un espacio en el que se “atienda” tanto al que ha muerto como a sus deudos. Dejan de realizarse los debidos rituales para despedirse, para llorar la vida que se ha perdido reconociéndola socialmente como valiosa.

Altar de muertos dedicado a los tesoros encontrados, Rastreadoras de El Fuerte, Sinaloa. Fotografía: Paola Alejandra Ramírez González, noviembre 2, 2018.

La presencia cotidiana de la muerte violenta, cruel en exceso, se muestra ante nuestras miradas en forma de espectáculo, de esta manera, se normaliza. Nos habituamos a una pedagogía de la crueldad que, como señala Rita Segato, enseña a matar en la lógica de una muerte desritualizada. La cosificación de la vida y la basurización-desecho de los cuerpos en un sistema que garantiza la impunidad de los crímenes, producen un estado social de des-afección.

El estado de des-afección no es la ausencia de afecto, por el contrario, es un afecto particular. Constituye un estado de naturalización de las fuentes de dolor, que al ir en aumento, amplía los márgenes de tolerancia a los umbrales del sufrimiento. Los sistemáticos eventos violentos y la circulación de imágenes que los banalizan, provocan una especie de anestesia o parálisis. Una aceptación del dolor y el sufrimiento que se expresan en frases de uso cotidiano como “me da lo mismo” o “sálvese el que pueda”. 

El establecimiento de barreras emocionales, morales, éticas y subjetivas hacia el sufrimiento del otro desactiva la capacidad de con-dolerse. Son mecanismos de identidad-exclusión que segregan los “buenos” de los “malos”; los que “se lo merecen”, de quienes no; los que “importan”, de los que “no importan”. Estas lógicas moldean y producen subjetividades capitalistas que se rigen bajo los intereses individuales, el aislamiento y la desvinculación. 

El estado de des-afección, y lo que Butler refiere como la desigual distribución geopolítica de la vulnerabilidad, sostienen y garantizan la continuidad de la fase actual del capitalismo neoliberal. Posibilitan la dominación sobre determinados cuerpos, sobre todo de aquellos que viven en condiciones precarias y están expuestos a formas de violencia políticamente inducidas o permitidas.

Búsqueda en campo, Rastreadoras de El Fuerte, Sinaloa. Fotografía: Paola Alejandra Ramírez González, marzo 3, 2019.

Para quien busca a un ser querido desaparecido, encontrar un pedazo de hueso, un diente, recuperar un poco del tesoro violentamente arrebatado, de la corporalidad que se abrazó, se miró y que alberga aquellos recuerdos más íntimos de una historia entretejida, tiene implicaciones subjetivas para enfrentar la pérdida y, en algún momento, elaborar un duelo. Al mismo tiempo, es un acto que desafía el poder de la soberanía –estatal y criminal– sobre los muertos y politiza esas muertes en tanto pertenecientes a una comunidad que les reclama.

Al compartir un dolor en común, las y los buscadores se reconocen y articulan entre sí. Exponen públicamente su experiencia y establecen nuevas formas de relación basadas en la afectividad. Estas nuevas formas de relacionalidad establecidas entre vivos, emergidas a partir de la atrocidad, se extienden al mundo de los muertos.

Quienes buscan a sus seres queridos en tiempos de un proyecto político-económico rapaz que mercantiliza la vida y la muerte, adoptan como suyos a las y los que están desaparecidos, a los cuerpos que esperan ser identificados y a los que han regresado sin vida. Como advirtió John Berger, lo que nos hace humanos es nuestra capacidad de convivir con nuestros muertos, de pensarnos con ellos en una colectividad. 

En las diversas modalidades de búsqueda que despliegan familiares y colectivos, desde las más visibles y reconocidas socialmente hasta los imperceptibles actos cotidianos, están trazando un nuevo horizonte de sensibilidad. Con sutil persistencia tejen una piel extensa que les permite accionar y sobrevivir en contextos donde la criminalidad local implementa políticas de terror y crueldad, en un sistema global que privilegia el individualismo y reduce los espacios comunales.  

Pese a todo, volvamos a los afectos en su sentido más político.


*El Grupo de Investigaciones en Antropología Social y Forense (GIASF) es un equipo interdisciplinario comprometido con la producción de conocimiento social y políticamente relevante en torno a la desaparición forzada de personas en México. En esta columna, Con-ciencia, participan miembros del Comité Investigador y estudiantes asociados a los proyectos del Grupo (Ver más: www.giasf.org)

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