A donde van los desaparecidos

San Fernando: última parada. Un libro hoguera, flor, dolor, terror, impunidad, esperanza, dignidad

Amarela Varela Huerta
noviembre 3, 2023
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Para el pueblo palestino, para mis estudiantes del taller de periodismo de la UACM 

Amarela Varela-Huerta*

Día lluvioso, se me agolpan las palabras desde hace días, insomnios más, insomnios menos, intento empatar la historia que leo con los ritmos colectivos en los que vivo. ¿Qué clase estaba dando en ese momento, qué les preparé de desayunar les niñes ese día específico, qué leí que no me enteré a fondo de lo que este libro cuenta, cómo digerí lo que si se supo y con quién lo discutí?

Me sonrojo, porque todas esas preguntas parecen migajas en medio de los océanos de preguntas, pero también de pistas, de respuestas, de certezas y de actos de fe del que este libro está lleno. Eso, este libro hizo que muchas preguntas dormidas florecieran una vez más, que otras se acomodaran por fin en mi conciencia, que mis rabias se envalentonaran contra mis miedos, que los duelos, las víctimas, los perpetradores, todos adquirieran rostro. Este libro le otorga una dimensión humana a los actores de una trama que se espejea en miles. La impunidad, el desprecio, la indolencia y la violencia con la que son tratadas las familias de las víctimas. La corrupción, y teje con mucho detalle que tan hondo está formado nuestro Estado por asesinos y empresarios transnacionales cuyo método más productivo para sacarle plusvalía a los territorios y a los pueblos son el terror entrenado en la Escuela de las Américas, probado por los kaibiles, ensayado hoy en la frontera entre Chiapas y Guatemala. 

Mientras leía las tramas que explican como es que jóvenes campesinos que buscarían trabajo de jornaleros se convirtieron en restos humanos rociados de cal por ellos, los funcionarios de la FGR, que suman al engranaje de la primera desaparición de esas vidas que cientos de familias lloran, cómo es que esos jornaleros asesinados en masa por los Zetas, terminaron de nuevo enterrados en fosas comunes del panteón Dolores de la CDMX luego de que los paramilitares los enterraran una primera vez en las fosas comunes de San Fernando. Buscando a un soldado desaparecido como esos jornaleros, esas fosas de San Fernando fueron descubiertas por los funcionarios mexicanos y fue después de ese hallazgo que los jornaleros y cientos de víctimas más fueron sepultados en la segunda desaparición, la del secuestro del gobierno privado indirecto que es el aparato de justicia mexicano. 

Mientras leía el libro de Marcela, un ejercicio que hice por tramos, para retomar el aliento, corregía un artículo sobre la familiarización de los contingentes de transmigrantes que atraviesan este país tapón que es México donde más de 30 mil guardias nacionales vigilan y contienen para gobiernos y para gobiernos el tránsito de estas familias. Y esto viene al cuento porque otra pregunta me acecha. 

Este libro habla de muchas masacres y es al mismo tiempo un relato de un continuum de masacres, una de las maneras de gobernar la migración usando la muerte como instrumento. Este libro trata de un episodio de la guerra contra el pueblo que sucede entre 2010 y 2011, habla de un tiempo específico de ese continuum, una época cuando quienes migraban lo hacían solo después de la pubertad, y solas y solos. Ahora, soñé muchas noches, esos mismos crímenes de lesa humanidad como le dijo siempre el padre Pedro Pantoja, ese “holocausto migrante”, ¿tendrá como protagonistas a familias, cómo sortean, a qué se enfrentan en sus trayectos hoy los núcleos familiares consanguíneos o ensamblados en el camino cuando intentan llegar a EEUU por Tamaulipas? Estoy segura que en unos años, como este libro que cuenta el episodio de las fosas una década más tarde, vamos a leer, las respuestas a estas preguntas, ojalá, por los sobrevivientes de estas familias que contarán su verdad, exigirán justicia, reparación y no repetición. 

Pero, para no divagar, porque después de un impacto emocional como este suelo ser poco asertiva, propongo recorrer el texto, sin spoilear y para que lo compren, para que lo lean, para que lo lloren, para que les dé rabia, para que lo usen en sus aulas, para que lo escaneen y lo distribuyan entre sus colectivos, para que lo lean en voz alta en radios estudiantiles o comunitarias, para que lo digieran en común: les propongo explorar el libro como aprendemos a escribir periodismo. Desentrañando las 5W y luego, como solemos pensar en nuestros seminarios para aprender a ser narradoras de las migraciones, pensar las prácticas de muerte y las prácticas de vida que se le oponen. 

1.  Lead de un libro fuego, libro memoria, libro verdades

¿Qué pasó? Un continuum de masacres contra personas jóvenes, pobres y racializadas. Muchos mexicanos, migrantes, muchos migrantes, sobre todo de Centroamérica. 

¿Cuándo y dónde pasó? Este libro cuenta un pedazo de un territorio que a veces llaman país fosa, país tapón, frontera vertical. Este libro narra la violencia en San Fernando, Tamaulipas, desde 2008 que Felipe Calderón Hinojosa le declaró la guerra al pueblo y activó un reacomodo de las “plazas” del negocio transnacional más sangriento, el narcotráfico, pero sobre todo visibilizado entre 2010, cuando 72 migrantes fueron asesinados en un rancho a las afueras de esa cabecera municipal insignia del desplazamiento forzado interno, un tiempo en el que dicen que se fue casi la mitad del pueblo de San Fernando. 

Este trabajo de investigación periodística es una narración articulada, desde la intimidad de la vida cotidiana, de un pueblo que estaba secuestrado por dos cárteles tolerados y administrados desde el Estado y que vio pasar, durante meses, camionetas llenas de cuerpos mutilados, asesinados a mazazos. Este libro sucede en el México del campo descampesinado y los jornaleros desplazados. Habla de muchos crímenes, pero tiene como eje la desaparición de cientos de personas que fueron pasajeros de autobuses de línea hasta que los Zetas los interceptaban a plena luz del día para asesinarlos en masa. 

¿Quiénes son los protagonistas de este relato? Marcela, la periodista que entró a la vida cotidiana de un pueblo del norte mexicano que ha visto lo inenarrable, ese pueblo y sus habitantes que apenas van encontrando el aliento para confiárselo al oído a esta reportera mexicana. También es protagonista El pueblo de San Fernando que está indignado con nosotras, les mexicanos, porque nos dolieron los 72 migrantes pero no elles y sus hijos muertos y sus hijas raptadas para los narcos, sus tierras áridas y sus desvelos. Otros protagonistas son los migrantes, mexicanos pobres, muchos indios, que atravesaban el país para buscar pizcar un poco de aliento en el norte para ellos y sus familias. También centroamericanas y centroamericanos, seguro migrantes de más países además de América Latina, no lo sabremos. O tal vez con los años las buscadoras lo descubran. Además tomar parte policías y ladrones, sicarios y halcones, y una gama de subjetividades de la clase obrera de la industria del narcotráfico que matan por menos de dos salarios mínimos al mes y que cantantes y telenovelas les representan como acaudalados y empoderados varones y mujeres endriagas. Además, tienen mucho protagonismo los soldados, el ejército, la policía judicial, los Ministerios Públicos (MP), los jueces y los peritos, los funcionarios de varios niveles de la Fiscalía General de la República (FGR), los médicos forenses y los enterradores. 

Curiosamente no hablan maestros, ni enfermeras. Pero si hablan periodistas a quienes los zetas o sus enemigos les dictan las notas con una pistola en la sien. Son protagonistas el presidente de la república en turno, la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), el Instituto Nacional de Migración (INM), la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), los medios nacionales, el silencio. Además, las mujeres, periodistas, defensoras, madres buscadoras, hijas sobrevivientes, hermanas enrabiadas, abuelas dolientes, policías presas, forenses corruptas, antropólogas que le devuelven la dignidad a los cuerpos y posibilitan duelos a las familias. Luego, también hablan familiares de secuestrados presos, que me hicieron recordar al migrante sobreviviente del incendio en la cárcel de Ciudad Juárez que está detenido acusado de “amotinarse”. Toman la palabra en este relato coral que es el libro policías que fueron liberados, retratados con una intimidad que les devuelve lo humano. Sicarios. Ciegosordomudos. Víctimas, muchísimas víctimas. Padres que se convirtieron en forenses. Madres que se volvieron diabéticas. Nosotres, a quienes este libro nos pregunta cada página ¿por qué no se para el mundo?

Finalmente, me salto el cómo pasó porque creo que hay que leer eso en el libro, con calma, pero enfrentarlo. ¿Por qué y para qué pasaron las muchas masacres de San Fernando, es más, siguen pasando? Hay hipótesis varias, cada quien tiene la suya, desde captores o asesinos, defensoras de derechos humanos o periodistas, sobrevivientes o víctimas que hacen que sus cuerpos mutilados griten, carpetas de investigación deliberadamente mal armadas, con patrones de violencia de estado que un día conseguiremos, usando en los peritajes libros como este, que sean condenados como crímenes de lesa humanidad. La mía, después de leer este trabajo, es que las masacres de jornaleros mexicanos y migrantes en San Fernando obedecen a la economía criminal y a los gobiernos privados indirectos. Tolerados por cierto, entrenados a veces, conocidos siempre casi en tiempo real, por el gobierno y las instituciones norteamericanas, que además usan a los ejércitos del narco para gestionar la migración. 

Otra hipótesis del porqué que plantean varios actores es que a les cientos de personas asesinadas en San Fernando, Tamaulipas primero y luego vueltas a asesinar en fosas y expedientes del sistema de justicia mexicano los mataron para usar sus cuerpos de papiros, de mensajes a quienes se atrevan a desafiar el régimen de fronteras por su cuenta o para que los polleros de antaño, esos que en las comunidades llamaban “caminantes”, entiendan que solo ese gobierno privado indirecto y su fisco paralelo decide quién pasa y quién no. Una tercera hipótesis muy recurrente en el libro, sobre todo cuando los que hablan son los sicarios o sus cómplices, los funcionarios, a las personas que yacen en fosas comunes de los narcos o del Estado los mataron porque al ser pobres, jóvenes y buscar trabajo, podrían convertirse en sicarios del bando contrario.    

Marcela Turati propone su hipótesis: los mataron por ser jóvenes y por ser pobres. A las personas enterradas en las fosas clandestinas de San Fernando, Tamaulipas, los mataron porque en México hay una “incompetencia exquisita” como la llama el periodista John Gibler al perfecto y muy articulado y engranado sistema de patrones de impunidad que posibilitan que hoy, después de que se sabe que existan más de 300 denuncias de familiares de los desaparecidos de esos camiones de pasajeros de líneas que siguieron vendiendo boletos sabiendo que había redadas masivas que terminaban en camionetas llenas de cadáveres, de esas 300 denuncias, no haya una sola carpeta de investigación que busque consignar por asesinato a los responsables de estos crímenes de estado y del mercado necropolítico. 

Para qué los mataron, para consolidar una forma de capitalismo contemporáneo al que le han puesto muchos apodos y apellidos, muchos silogismos académicos y muchas etiquetas periodísticas y que, en esencia, considera los cuerpos, las genealogías, los deseos y las vidas de pueblos enteros como “desechables”. 

Pero, si todo lo de arriba constituye una suma de prácticas de muerte, que resumiría en capitalismo necropolítico para gobernar la migración, el territorio y a los pueblos involucrados en el comercio transnacional de mano de obra y droga, recursos naturales y vida, creo que este libro, que asfixia en no pocas páginas, está lleno de narraciones sobre prácticas de vida, que además de devolver el aliento, organizan la rabia, la nombran. 

Prácticas de vida en un territorio gobernado desde la muerte

En este libro se cuentan cómo se recuperaron las madres a quienes les entregaron cuerpos ajenos, cremados y/o en ataúdes cerrados, y cómo se organizaron para demandar verdad, justicia, reparación y no repetición. 

Se cuenta la historia de un sicario que rompe el silencio, la de un pueblo michoacano al que le arrebataron a 22 de sus miembros más jóvenes que iban a trabajar de jornaleros y van apareciendo como restos desmembrados en fosas comunes del sicariato o del estado. 

Se cuenta la historia de esta periodista que a veces se sentía vencida por muchos duelos,  y cómo se recuperó muchas veces, hasta volver palabras y un libro lo que en su momento balbuceaba como inenarrable. 

Se cuentan las historias de varias defensoras de migrantes y sus derechos, la virtual construcción de un cuerpo de paz que poco a poco se ha ido profesionalizando para enseñarnos a todas a buscar, a denunciar, a construir litigio estratégico que finque en el Estado mexicano las responsabilidades por su incompetencia exquisita. Se cuenta la historia de una antropóloga forense venida de la tierra de Mafalda para ayudar a las familias que buscan entender qué pasó y recuperar a sus hijes, amores, vivos o muertos, pero recuperarlos. Que junto con defensoras y periodistas pusieron en el centro la ética del cuidado para informar a los familiares sobre esos afectos perdidos. 

Se cuenta la historia de muchas familias, de sus silencios y sus miedos, de sus rabias y sus gritos, de sus estrategias para seguir aquí como dice la maestra Cristina Rivera Garza, para cuidar de los que siguen vivos, para sanar, para encontrar verdad, para buscar justicia, para dejar constancia que tenemos dignidad, que la memoria es una herramienta para que los crímenes de Estado dejen de suceder, así como el pueblo colombiano que apostó por la verdad para frenar la guerra perpetua. Este libro es una apuesta por la pedagogía de la memoria.

Se cuenta la historia de madres, de hermanas, de hijas, de nietas, de mujeres que mantienen vivo el fuego de sus casas, fogones con los que alimentan y calientan a los huérfanos de esta guerra contra el pueblo.

Así que ojalá compren, lean, pirateen, discutan, sientan este libro. Creo que hay que usarlo en las aulas, en los talleres, en las conversaciones, en los papers, en la poesía. Siento que es lo menos que podemos hacer para compensar la vida, la resistencia y la dignidad de quien reseña la esperanza de que esto no quede impune. 

***

*Amarela Varela Huerta es Profesora/investigadora en la Academia de Comunicación y Cultura de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Aprendiz de feminista que apuesta por coproducir crónicas sobre luchas migrantes (y prácticas de muerte en su contra) narradas desde la experiencia y los saberes de los propios pueblos en movimiento. Colabora con diferentes grupos de investigación acción en torno a la migración y los feminismos prietos.

La opinión vertida en esta columna es responsabilidad de quien la escribe. No necesariamente refleja la posición del LEVIF ni de A dónde van los desaparecidos.

*Foto de portada: Penguin Random House

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