Las Madres Coraje nunca han estado solas, han contado con el apoyo de organizaciones, voluntarios y especialistas. En sus exploraciones participan perros rastreadores como Maya, una perra entrenada en rescate de personas y localización de cuerpos. Con su apoyo han localizado fragmentos óseos.
También utilizan detectores de metales para explorar el subsuelo con frecuencias electromagnéticas, que aprendieron a usar con la ayuda de buscadores de tesoros.
Hace cuatro años compraron un dron con el dinero de una colecta y aprendieron a usar herramientas de georreferenciación como el GPS, Google Earth y Google Maps.
Con Gerardo Espino, especialista en drones, y el arqueólogo Víctor Hugo García, aprendieron métodos de planificación de vuelos del artefacto y técnicas de la fotogrametría. Con estas, las fotos captadas de la superficie u objetos, obtienen ortofotografías, mapas y modelos de elevación en tercera dimensión del lugar que quieren explorar.
Cada vez que tienen alguna pista de un determinado lugar donde pueden encontrar fosas o sitios que hubieran sido usados como casas de seguridad, llevan el dron. Desde el aire buscan tierra removida, o comparan desde el escritorio fotografías satelitares de otros años que indiquen si la maleza cambia de color o densidad. Estos pueden ser sitios de entierros clandestinos.
Angélica Orozco colabora estrechamente con el colectivo desde hace ocho años aunque no tiene familiares desaparecidos. Con el tiempo se ha especializado en convertir las fotografías captadas por el dron en ortofotografías, mapas y modelos de elevación en 3D que monta en un archivo del GPS para georreferenciar todos los hallazgos.
“Hacemos un viaje de prospección para ver por dónde vamos a entrar, cómo nos vamos a estacionar y cuál es la probabilidad de que encontremos o no encontremos”, dice.
Desde 2019 convocaron a expertos en distintas disciplinas y crearon su propio Grupo Forense Independiente. Los arqueólogos Evaristo Reyes y Fernando González, y los antropólogos físicos Paulina Ruiz y Joel Olvera forman parte del equipo. Ellos las acompañan a los lugares detectados o recibidos a través de denuncias ciudadanas, ayudan a la exploración previa, con la exhumación y los análisis de restos óseos. Definen la causa de muerte y la fecha aproximada del homicidio.
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Son las 6 de la mañana del 2 de septiembre de 2020 en la Plaza de los Desaparecidos. Angélica y Lety se suben a un vehículo de la Comisión Nacional de Derechos Humanos que encabeza el convoy que se dirige hacia la sierra de Hidalgo y que va escoltado por elementos de Fuerza Civil y la Marina. Hay razones para esta previsión: las madres recorren zonas en las que hubo o existe actividad criminal.
Ellas se dirigen a una mega búsqueda planeada durante mes y medio. Con al menos 100 personas (entre familiares de víctimas, voluntarios, autoridades y especialistas) se internan en la sierra que rodea el municipio de Hidalgo, a 40 minutos de la Zona Metropolitana de Monterrey, recorrerán el Arroyo de la Cueva, Río Salinas, Potrero Grande y Potrero Chico. Zonas que las mujeres previamente visitaron e identificaron a través de Google Earth y Maps.
Antes de las nueve el calor es sofocante. En la peor hora del día, el termómetro alcanzará los 38 grados y la sensación térmica rebasará los 40.
Desde finales de 2019 las madres comenzaron a recibir reportes de desapariciones en esa zona. “Sobre todo varones jóvenes en edad productiva”. Sumaron 40.
Durante más de dos horas recorren senderos angostos y rodeados de marañas de ramas. Ellas junto con las personas expertas y de apoyo se abren paso entre piedras y matorrales con espinas. Por momentos detienen el paso, remueven la tierra y clavan la mirada en cualquier indicio: un casquillo de bala, alguna prenda o algún resto que parezca hueso. Otros equipos recorren el lecho del río, indagan en pozos y construcciones abandonadas.