A donde van los desaparecidos

Educación para la paz ante la desaparición de personas: reflexiones desde la experiencia de una buscadora (Primera Parte)

octubre 27, 2022
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Yadira Mercado Benítez*

Escribiendo desde mi experiencia ante la desaparición y el feminicidio.

Soy integrante activa del Colectivo Búsqueda de Familiares Regresando a Casa Morelos A.C. y hermana de Jessica Mercado Benítez quien desapareció el 12 de septiembre del 2012 al salir de la escuela cuando tenía la edad de 15 años . Además de estarme formando como pedagoga y promotora de educación para la paz, soy integrante activa de un movimiento que lucha contra la desaparición de personas y otras violencias.  Mi hermana Jessica fue víctima de feminicidio pocos días después de su desaparición el 22 de octubre del 2012 y ocho años después fue localizada en las fosas irregulares de Tetelcingo, Morelos. 

Esta experiencia marcó mi vida, y me acercó al campo de la educación para la paz, con un compromiso profundo hacia el tema. No quiero que otras niñas, ni mujeres vivan lo que vivió mi hermana, ni que más familias se vean lastimadas por la tortura que es la desaparición de personas. Es desde este caminar en colectivo que escribo estas líneas. 

Mi hermana, como muchas jóvenes adolescentes y niñas en todo el país, fue víctima de feminicidio [1].  Si bien ya existen algunas teorías que intentan explicar el incremento de la violencia en México a partir de factores políticos o económicos, no alcanzan a explicar las formas de violencia específicas que se han recrudecido contra las mujeres como las violencias extremas, los feminicidios o la desaparición de niñas y adolescentes. Tampoco ponen en el centro las complicidades estatales que permiten que estas violencias se sigan reproduciendo.

Las autoridades mexicanas han intentado “explicar” muchos casos de desaparición de personas como casos de ausencia por voluntad propia, y han sido catalogadas como “no localizadas” y no como “desaparecidas”. Bajo la presión del movimiento de las familias y de las organizaciones de la sociedad civil, las cosas gradualmente cambiaron: en 2017, se promulgó la Ley General sobre Desapariciones Forzadas de Personas, Desapariciones Cometidas por Particulares y del Sistema Nacional de Búsqueda de Personas. Pero su implementación ha sido tardía: las desapariciones siguen ocurriendo y la impunidad sigue imperando.

En el caso de Jessy, la búsqueda que pudimos hacer en un principio se pausó pues nos paralizó el miedo. Mi familia recibía amenazas, vigilaban la casa de mis padres, y tenían muy bien ubicados a cada uno de nosotros. Por esas fechas, cuando decidimos ir a denunciar el caso a la cabecera municipal de Xochitepec, en el estado de Morelos, un agente judicial nos dijo que ya no hiciéramos nada, que lo más seguro era que a mi hermana ya se la habían llevado para trata de personas,  y que era riesgoso para nosotros denunciar. Viniendo de un agente policiaco, estas palabras, más que una advertencia, eran una amenaza.

En octubre del 2020 encontramos a mi hermana sin vida y tuvimos que identificarla mediante fotografías que fueron tomadas al momento del levantamiento de su cuerpo y posteriormente a través de pruebas genéticas que se les realizaron a mis padres. Nos dimos cuenta que sin la ayuda del Colectivo “Búsqueda de Familiares Regresando a Casa Morelos” no hubiera sido posible localizarla, porque el mismo Estado se encargó de desaparecerla una segunda vez.  

Jessy estuvo en calidad de desconocida del 2012 al 2013, cuando la enterraron en una fosa irregular. Se trataba de una fosa común estatal, en donde los cuerpos se apilaban sin seguir ningún protocolo forense, como si fueran deshechos humanos. Ahí, las autoridades habían depositado el cuerpo de mi hermanita, como si fuese basura , como si a nadie le importara. Su cuerpo fue enviado a una fosa común sin seguir los protocolos establecidos. La enterraron con la misma ropa que la encontraron, no tenía expediente forense, ni se había hecho ningún esfuerzo institucional por identificarla. 

Regresando a Tetelcingo, donde fue encontrada Jessica Mercado, hermana de Yadira.

La experiencia de mi hermana y de mi familia no es una experiencia aislada. Como Colectivo hemos documentado la existencia de fosas irregulares estatales en las que nuestros seres queridos han vuelto a desaparecer. La historia de Jessica es parte de una historia más amplia que documenta la responsabilidad del Estado en el ocultamiento de pruebas y la doble o triple desaparición de personas que acontece en los laberintos forenses y burocráticos.

Finalmente pudimos recuperar el cuerpo de Jessica el 23 de diciembre del 2020, ocho años después de su desaparición, periodo durante el cual, mi familia vivió la tortura que implica tener un ser amado desaparecido. Mi hermanita no solo fue víctima de la violencia feminicida de criminales, sino también víctima de las violencias burocráticas y la indolencia de las autoridades. 

Encontrarl, no ha implicado para mí el cerrar el duelo y poder continuar con mi vida, sino que representó el inicio de una nueva lucha por la justicia, no sólo para ella, sino para todos los desaparecidos y desaparecidas de Morelos y México. Esta experiencia tan dolorosa marcó mi vida y me hizo tomar conciencia de la urgencia de construir una cultura de paz, que permita poner un alto a las múltiples violencias que afectan nuestras vidas. En este artículo quiero compartir también la manera en la que la educación se ha convertido para mí en una herramienta para despertar conciencias, sensibilizar ante el fenómeno de la desaparición de personas, y denunciar las complicidades estatales que hicieron posible la desaparición y posterior feminicidio de mi hermanita. 

Pedagogía de la Paz en medio de la desaparición y la injusticia

El apoyo que recibimos del Colectivo “Búsqueda de Familiares Regresando a Casa Morelos” para recuperar e identificar el cuerpo de mi hermana, me llevó a incorporarme a esta organización y a buscar darle un sentido distinto a mi formación como pedagoga. Como parte de las actividades de mi colectivo participé en noviembre del 2021 en la Brigada Nacional de Búsqueda y me incorporé al Eje de Escuelas, espacio en el que empecé a reflexionar de manera más profunda sobre lo que implica la Pedagogía de la Paz. 

Como integrante del Eje de Escuelas y como estudiante de Pedagogía, estoy segura que la educación cumple un papel importantísimo como instrumento de concientización de los individuos, y en la formación de ciudadanos y ciudadanas que contribuyan a la reconstrucción de los tejidos sociales en un momento en el que la violencia ha desgarrado nuestras comunidades. 

En el programa de licenciatura en educación que actualmente curso, he aprendido que la “Educación para la Paz” tiene como objetivo propiciar el desarrollo de habilidades y la adquisición de herramientas que permitan a las personas y a los pueblos convivir de forma pacífica, o lo que es lo mismo, vivir sin violencia. 

En mi caminar con las familiares de personas desaparecidas, he aprendido también que la definición de la violencia no debe aislarse del entendimiento de los procesos y relaciones sociales de género, en un mundo construido social y culturalmente para perpetuar la posición privilegiada de los hombres en ese sistema. 

De las luchas feministas he aprendido que la violencia ha sido el instrumento mediante el cual los hombres han ejercido su hegemonía, legitimando el carácter patriarcal de sus sociedades. Para aquellas que estamos comprometidas con alcanzar relaciones entre hombres y mujeres, signadas por la equidad, el respeto y el diálogo, fomentar una cultura de paz que revierta la violencia que subyace en las actuales relaciones de género, se convierte en un objetivo ineludible. 

En este sentido, educar a las nuevas generaciones a través de la comprensión de las múltiples formas que adopta la violencia, la manera en que la construcción social de género se convierte en un catalizador de esta, y en la búsqueda de soluciones necesarias para eliminarla, se ha convertido en un elemento prioritario dentro de nuestro trabajo. Luchar contra el feminicidio y la desaparición de personas, implica necesariamente luchar contra las violencias patriarcales y trabajar por una educación que promueva una cultura de paz.

Mi apuesta política por la educación es que esta contribuya a la formación de nuevas masculinidades no violentas y en un sentido amplio a favorecer la adquisición de hábitos de convivencia y de respeto mutuo, y desarrollar en los alumnos y alumnas actitudes solidarias. En la segunda parte de este artículo les compartiré cómo venimos impulsando esta propuesta pedagógica por la paz en el marco el Eje de Escuelas de mi colectivo y de la Brigada Nacional de Búsqueda. 

Integrantes del Colectivo Regresando a Casa en  actividad en una escuela.

* * * 

*Yadira Mercado  es integrante del colectivo Búsqueda de Familiares Regresando a Casa Morelos A.C. Estudiante del 9 semestre de pedagogía de la Universidad Darwin y becaria del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS).

*El Grupo de Investigaciones en Antropología Social y Forense (GIASF) es un equipo interdisciplinario comprometido con la producción de conocimiento social y políticamente relevante en torno a la desaparición forzada de personas en México. En esta columna, Con-ciencia, participan miembros del Comité Investigador y estudiantes asociados a los proyectos del Grupo (Ver más: www.giasf.org)

La opinión vertida en esta columna es responsabilidad de quien la escribe. No necesariamente refleja la posición de adondevanlosdesaparecidos.org o de las personas que integran el GIASF.

**Foto de portada: Jessica Mercado Benítez. Crédito:Yadira Mercado

Referencias:

[1] Para el 2022 los datos oficiales señalan que, en México, la cifra de feminicidios diarios pasó de un promedio de nueve a once, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas (ONU). De enero de 2012 al 2022 suman 16 mil 454 mujeres desaparecidas; de ellas, cuatro mil 756 casos ocurrieron de 2020 a 2021, 29% del total. En ese lapso, la mayor parte de las víctimas de desaparición tenía entre 12 y 20 años, rango que concentra seis mil 785 casos, 41% del total. Entre enero y junio de 2022 han sido reportados 385 feminicidios en México, 59 de los cuales son niñas en tan solo la mitad de lo que va del año  

Grupo de Investigación en Antropología Social y Forense

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